Cuando todo parece ir en contra, siempre encontramos un motivo para seguir adelante. Cuando las fuerzas fallan, siempre hay una razón para dar un paso más. Cuando no podemos más, siempre salimos a flote. Es la historia de Emilio Moreno y de las 1001 razones que le guían en su cabeza en cada uno de los Ironman en los que participa. En este 2019, la razón estaba clara: nadar, pedalear y correr por la Fundación ALMAR, una fundación que, desde hace años, lucha contra la Ataxia de Friedreich.
“Necesitan fisioterapia diaria, trabajo psicológico diario y trabajo social. Lógicamente, todo eso vale dinero. El objetivo era recaudar el máximo dinero posible para que tuvieran el mejor tratamiento posible durante el mayor tiempo posible”, nos cuenta unos días después de finalizar en Vitoria su tercer Ironman. Se trata de una prueba que, para el que no la conozca, aúna natación (3,8 kilómetros), ciclismo (180 kilómetros) y running (una maratón).
Los objetivos con los que partía en esta aventura se han visto frenados. En lo económico, y a pesar de planificar una recaudación de 5.000 euros, “solo” ha podido conseguir 2.500. Como nos explica el propio Emilio, “es el cuarto reto, son más 15.000 euros recaudos en todos ellos y, al final, tengo un entorno grande pero limitado”. En lo deportivo, el reto de bajar de las 10 horas se vio truncado por una falta de hidratación que provocó calambres en nuestro deportista a partir del kilómetro 140 encima de la bici.
Llegan los problemas
“No cuidar la alimentación o la hidratación supone que no puedas llegar a pedalear”, asegura el Ironman, que recuerda los problemas que tuvo para bajarse de la bici. Hasta entonces, todo iba rodado. En el segmento de natación, iba mejor que nunca; en la bicicleta, más de lo mismo. Los ritmos hacían presagiar que cumpliría de sobra con su objetivo, pero el deporte es así.
El objetivo era recaudar el máximo dinero posible para que tuvieran el mejor tratamiento posible durante el mayor tiempo posible
Cuando llegaron los calambres, “sabía que se me había acabado la carrera”. Sin embargo, no se paró. No cejó en su empeño de conseguir acabar una carrera en la que no iba solo. Su familia, incluyendo a sus cuatro hijos, y todos los miembros de la Fundación ALMAR seguían su progresión, empujándole en cada paso que daba sobre el asfalto de Vitoria.
Una llegada entre lágrimas
Los primeros 15 kilómetros los superó como pudo. Incluso, corrió los primeros 5 a muy buen ritmo. Los calambres volvieron a aparecer alrededor del kilómetros 20, momento en el que su cabeza le recordó que, aún, tenía que correr otros 22. Su fuerza de voluntad, esa que le ayuda a levantarse, cada día, a las 6 de la mañana para entrenar, no faltó a su cita en un nuevo Ironman. Emilio llegó como pudo, disfrutando de los 3 últimos kilómetros en un Ironman que jamás olvidará. Había logrado su mejor tiempo en la prueba.
Un Ironman, como nos explica, “totalmente diferente a Lanzarote”. Al cruzar la meta, recordó a su abuela, que hacía un año que había fallecido. Se abrazó a Lucas, Bosco, Jacobo y Pablo. Todos ellos le miraban con ojos de admiración, sabedores de que no solo tienen un padre, sino que están delante del mismísimo Ironman.