No, no voy a hablar sobre la novela de Jane Austen, ni sobre la película inspirada en esta obra. Voy a hablar del Orgullo. Esa fiesta a la que muchos demonizan porque, aseguran, no hace falta. Esa fiesta en la que muchos solo ven desenfreno y perversión. Esa fiesta que es, sobre todo, la reivindicación de unos derechos, que se resumen en los derechos de todos: el derecho de que cada uno sea como quiere ser, y ame a quien quiera amar.
El 28 de junio es el día del Orgullo LGTB. Ese mismo día, en 1969, una redada en un conocido pub neoyorquino desembocó en una serie de manifestaciones, que se han ido repitiendo a lo largo de los años, y alcanzando una dimensión que, parece ser, a ciertos sectores de la sociedad no terminan de gustar. Estos sectores, representados en las instituciones por partidos reaccionarios y de extrema derecha, no pierden oportunidad de mover ficha para hacer precisamente lo contrario que busca el Orgullo, y no es otra cosa que eliminar derechos conquistados por la sociedad y que, obviamente, van en perjuicio del colectivo.
Asumo que no conozco todos y cada uno de los movimientos que el Orgullo quiere englobar, y probablemente, alguno de ellos no se vea cómodo englobado en el movimiento. Pero me da igual, porque lo que yo vengo a decir es lo que he dicho antes, que todos deberíamos ser libres de ser como queramos ser, y si eso implica amar a alguien del mismo sexo, o cambiarse el nombre por no sentirse bien con la identidad que te tocó al nacer, qué tengo que decir yo contra eso.
Esa fiesta que es, sobre todo, la reivindicación de unos derechos, que se resumen en los derechos de todos: el derecho de que cada uno sea como quiere ser, y ame a quien quiera amar.
Los que se llenan la boca con la palabra “libertad” son los mismos que cuentan con el apoyo de la extrema derecha, y los que se abren a derogar leyes como la de protección Integral contra la LGTBIfobia para satisfacer los deseos de sus aliados. O los que quieren implantar el pin parental para decidir qué charlas pueden recibir los niños en el colegio.
Esos mismos niños que escuchan comentarios homófobos y cómo otros ríen esas estúpidas gracias que no lo son, son los mismos que al crecer protagonizan agresiones como las vividas en estos últimos días, y que podrían incluir el asesinato de Samuel, un joven de 24 años, presuntamente por ser "maricón". Y es que los prejuicios que siguen existiendo sobre los gays, lesbianas, trans y resto de colectivos tienen demasiado peso, y siguen siendo demasiadas las personas que se creen con derecho a llevar a cabo estos ataques a la libertad de los demás.
Así que no, no quiero volver a escuchar eso de que el Orgullo no es necesario mientras siga habiendo una sola persona que siente miedo a decir cómo se siente o con quién se quiere acostar, o qué ropa se quiere poner, o como quiere conducir su vida. Porque nadie puede tener más derechos que nadie, ni puede decidir sobre la vida de los demás, y menos si es de forma violenta.