Cada vez nos encontramos más sucesos relacionados con retos virales que se ponen en marcha en las redes sociales. Hoy es una menor la que se dedica a irse a un barrio "pijo" para agredir a otras menores, ayer era una niña la que se encerraba en el baño para aguantar el mayor tiempo posible sin respirar y otro día eran dementes que animaban a abusar sexualmente en una fecha determinada. La influencia de las redes sociales es inmensa y las malas personas las utilizan para crear una sociedad peor, utilizando su influencia en las personas más débiles.
Hay retos que no hacen daño a nadie, como lo de meter la cara en un plato con harina, tirar una botella para que caiga de pie o echarse encima un cubo de agua helada. Hay quien los utiliza para concienciar sobre determinada causa y hay quien los hace simplemente para divertirse. Si la cosa queda ahí, y no va más allá de la moda, como puede ser determinada ropa o un corte de pelo, pues todos tan contentos, pero si la moda del reto en cuestión causa algún tipo de daño, ya sea a quien lo realiza o las personas con las que se relaciona, la cosa es más complicada.
Cuando no teníamos teléfonos móviles, los retos nos los planteábamos a través de juegos. El de Beso, verdad o atrevimientos tenía mucho predicamento y venía muy bien porque se podía adaptar a las personas con las que jugabas. Además, eran los propios jugadores los que marcaban el objetivo, y siempre es más complicado pedir a alguien que haga algo peligroso o dañino cuando te está viendo la cara y, además, lo conoces. No digo que entones no hubiese algunas pruebas algo comprometidas, pero como eran individuales, el daño era menor.
Es como cuando vas en el coche, te crees que con el anonimato de ir metido en una carcasa de metal puedes ser un maleducado, no ceder el paso, pitar si no avanzan... Cosas que cuando vamos andando no hacemos, aunque nuestro coche esté a nuestro nombre y sepamos que dentro de los otros vehículos también van personas con nombres y apellidos, nos parece que es otra cosa... Hasta que miramos a través del cristal y encontramos una sonrisa. Entonces solemos relajar un poco los humos.
Con las redes sociales pasa un poco lo mismo, nos creemos que nuestro usuario nos da un anonimato que no tenemos realmente. Eso debía pensar la niña que fue a agredir a los "pijos", que aunque lo grabase con su teléfono, no había manera de pillarla. Y como era un reto lanzado por Redes Sociales no lo hizo una, ni dos, ni tres veces, sino 4... Y porque la han pillado, que si no igual sigue.
Todas nuestras acciones las hacemos nosotros, aunque nadie lo sepa. Pero la cosa de las redes va más allá, porque lo estamos publicando, queremos que el mundo se entere, aunque en muchas ocasiones no queramos que se sepa que somos nosotros los que lo hemos hecho... Todo un poco extraño, esa dicotomía del exhibicionismo y el anonimato. Supongo que el señor de la gabardina sin ropa debajo a veces se pasea con una máscara, porque lo que quiere que veamos son sus genitales, pero no su cara.
En todo caso, la máscara no nos tapa del todo y si no queremos que quede constancia de que nosotros hemos hecho algo, no deberíamos hacerlo, o por lo menos no publicarlo. Lo que dejamos en la red se queda ahí para siempre, aferrado a nuestro usuario, a nuestro perfil y si no nos queremos arrepentir de tenerlo, no deberíamos hacerlo.