TRES CANTOS | Tribuna abierta PSOE Tres Cantos

De vuelta y vuelta con la libertad

De vuelta y vuelta con la libertad

Grupo Municipal PSOE Tres Cantos

La libertad. Un concepto, una idea, una aspiración. Ríos de tinta se han escrito, y se seguirán escribiendo, sobre esta palabra, que no solo encarna una serie de ideales, sino que marca un horizonte social y político hacia el que nadie se atrevería a decir que no quiere encaminarse. Pero tranquilícese el lector, que no vamos a hacer una disertación filosófica sobre este asunto. Simplemente una reflexión a vuelapluma de los acontecimientos vividos recientemente en varias ciudades de España, a raíz del final del estado de alarma y las concentraciones en formas de botellones que todos hemos visto, decepcionados y angustiados, en los medios de comunicación. 

 

Estando como estamos en la Comunidad de Madrid, seguimos con la resaca de una campaña electoral, que ha sido, cuanto menos, característica. Pero parémonos en quien ha utilizado la palabra libertad como único lema de campaña. Hasta tal punto se vació el programa electoral de propuestas reales y fácticas que incluso el PP llegó a mandar una carta a todos los hogares madrileños con una foto de su candidata y una palabra, libertad; por la otra cara del folio, todo blanco. Un buen ejercicio si lo que se quiere es ahorrar en impresión, pero también una muestra de que en esta campaña electoral, para el PP, la cosa no iba de propuestas, de tratar de mejorar con soluciones la vida de los ciudadanos y ciudadanas de Madrid; iba de repetir hasta la saciedad una idea: o yo, que soy la libertad, o el caos. 

 

Y los resultados electorales han dado la razón a esta estrategia, sin duda. El resultado es incontestable. Pero también tenemos claro es que el concepto de libertad se ha utilizado de forma hueca, vacía de contenido, populista. Tampoco tenemos duda de que este movimiento no es nuevo; ya lo hizo Trump en EE. UU. con tanto éxito como daño y perjuicio ha dejado a la sociedad estadounidense, cicatrices de una política vacía que están empezando a abrirse ahora, que se profundizan en las causas del problema y se buscan soluciones acordes con los tiempos que vivimos, que, no nos olvidemos, son aún tiempos de pandemia. 

 

Y esto es lo que parece haberse olvidado en Madrid este último fin de semana. Cientos de personas celebrando, alcohol en mano, que se acaba el Estado de Alarma, que por fin impera la libertad, que el virus se ha plegado ante la evidencia de que no va a poder con una sociedad que se sabe libre y que ejerce como tal. El virus, mucho nos tememos, no entiende de estas disquisiciones. Todos somos iguales ante el virus, todos estamos igual de expuestos, todos corremos riesgo, nadie está a salvo de esta enfermedad. Y menos los sanitarios, que siguen trabajando incansablemente en primera línea, con profesionalidad, rigor, responsabilidad y, muchas veces, incluso por encima de la falta de medios y recursos suficientes. 

 

La pandemia nos está enseñando muchas cosas. Nos ha desvelado el poder de las leyes y de las normas encaminadas a procurar la salud pública, así como su debilidad, si no cuenta con la responsabilidad personal, con la colaboración ciudadana y con un ambiente propicio. Antes que poseer una forma jurídica, la libertad ha de tener una forma social para recrear la solidaridad y la fraternidad colectiva. De lo que hacemos cada uno depende el bienestar de los demás. Las irresponsabilidades de unos pocos se pagan muy caras en las UCI y en los hospitales. ¿Es que aún no nos hemos dado cuenta de eso? 

 

No debemos confundir nunca los medios, que son los derechos y equipamientos de que disponemos, con los fines, que son salir cuanto antes de esta situación de pandemia, y que lo hagamos más fuertes, sin dejar a nadie atrás. En la vida social se amplían o se achichan las libertades y los derechos. Y que la libertad de esos pocos que hacían uso de la misma gritando “¡Ayuso, gracias!” por las calles atenta, directamente, contra el núcleo de la vida de los demás. Eso, ni más ni menos, es lo que está en juego: la salud de todos; y no la física. Nos jugamos el futuro de nuestra sociedad. No es poca cosa. 

 

Las políticas de salud, por tanto, necesitan de una base social para recrear la solidaridad colectiva. Necesitan también de una vigilancia por parte de todos. No podemos bajar la guardia. No es momento para celebrar, todavía, nada. El virus sigue ahí, y aunque la vacunación va a buen ritmo, aún es pronto para cantar victoria. Hemos de seguir ejerciendo, desde nuestra responsabilidad pública, presión social, porque un derecho sin el plus que le otorga la ética se convierte en pura razón de Estado y pura gestión administrativa, como advirtió magistralmente Gadamer en el siglo XX. Necesitamos, en definitiva, un ambiente social favorable para que se culmine en realizaciones concretas y resultados de vida buena y feliz. Para todos, no solo para unos pocos. 

 

Decía una letra de Pau Donés que el “alma partida y la pena encendida”. Y así nos sentimos muchos, impotentes, decepcionados y tristes por el mal uso de la libertad, que está poniendo en peligro la de todos. Los políticos no podemos ponernos de perfil ante esta situación. Es hora de decir, alto y claro, que las normas no solo están para cumplirse, sino que hay mucho más allá de las normas; la calidad cívica y democrática de nuestra región, de nuestra nación, y, en un ambiente global como el nuestro, de toda la humanidad en su conjunto, que necesita, más que nunca, de una fraternidad consolidada en los principios de la ética, de la razón y del progreso para encarar de una vez por todas el final de esta pandemia. 

 

Eso se logra de muchas formas. Pero la más inmediata es admitiendo la repulsa total, sin paliativos, ante este tipo de comportamientos. Sirvan estas líneas, como llamamiento, de nuevo, a la responsabilidad individual. Esto no va de libertad, o al menos no solo; esto va, sobre todo, de democracia. Pongámonos a la altura. 

 



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