Se aproxima a nuestras vidas, como cada año, la fecha de Halloween o el denominado en tierra patria Día de Todos Los Santos, esta última en obligado homenaje y respeto a nuestros finados, que a día de hoy, descansan en paz en la multitud de osarios o cementerios que inundan por doquier la geografía hispana.
En estos tiempos que corren tan modernos, poco piadosos y llamados a vivir de tal manera el presente, como si lo anteriormente acaecido careciera de importancia y tan sólo importaran presente y futuro, tal vez ya no esté tan claro, cual de los dos acontecimientos nombrados se celebra en nuestros pueblos y ciudades, con más bombo y complacencia y no nos habría de extrañar que fuera el de la noche de las calaveras. .
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Y al grito de solo se vive una vez, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, y con el emblema de que la vida es un cuento de hadas, nos marcan las pautas sociales a seguir, para pasar por la vida con el máximo disfrute y gozo.
Hace tan sólo unas décadas, antes de que importásemos los usos y costumbres de allende los mares, estas jornadas eran referentes en nuestra sociedad de presente y memoria del que pisó un día sobre la tierra y que hoy permanece en el recuerdo.
Aquel que tuvo la desgracia de llegar, obligado por circunstancias diversas y lógicamente adversas, al final del sendero que nos marca el destino o la propia existencia.
Que cada cual festeje estas fechas como le pidan sus vivencias
Hoy en la sociedad del bienestar y la tecnología, el culto al cuerpo, el asueto desenfrenado y la desmemoria, todo ello disfrutado a diestro y siniestro, es probable, que si se pusiera en marcha una encuesta preguntando a la franja de población más joven( o no tan imberbe), qué fiesta se celebra en la noche entre el 31 de Octubre y el 1 de Noviembre, posiblemente ganara por goleada, por mucho que a algunos pese, la fiesta de las calabazas y el truco-trato.
Estaremos todos de acuerdo, salvo aquellos a los que la ausencia del ser querido no les permita pasar página y continuar con su vida, que puestos a elegir, es más placentera una fiesta de disfraces dándole alegría y gusto al cuerpo, que darte una vuelta por el camposanto, compungido y con el pecho a flor de nostalgia.
Mas, por otro lado y siendo justos y consecuentes, qué sería de nosotros, si obviamos y olvidamos en un pispas, a la sangre de nuestra sangre, en pos de bacanal, desenfreno y aquelarre.
Al final, a la hora de celebrar, como la experiencia propia es la que cuenta, que cada cual festeje estas fechas como le pidan sus vivencias.
Pues no somos nadie para juzgar, ni la actitud del que se divierte a tutiplén, ni por supuesto del que se encomienda a su fe y reza por otras almas.
Que Dios nos espere muchos años.
Mientras tanto, de vivir lo más y mejor posible, de eso, nosotros ya… nos encargamos.