El desafío independentista dejó de serlo desde que llegó Pedro Sánchez al poder. No por terminar con él, sino por justo lo contrario: poco a poco ir haciendo concesiones que, como todos sabemos, sólo terminarán y satisfarán a los destinatarios con la amnistía y la autodeterminación. 

Pero la última ha sido, si cabe, la más sangrante, la menos explicable para los españoles, la que consuma un agravio comparativo sin precedentes y que, obviamente, no responde a un interés desmedido del presidente del Gobierno por favorecer a los independentistas, sino al único objetivo de perpetuarse en el poder. Concesiones de todo tipo para mantenerse a toda costa en Moncloa, pues bien sabe quién le sostiene allí.

Si bien el fin es absolutamente reprochable,  nos centramos en los medios. En unos indultos rechazados por los que defendemos la Constitución, por los partidos que estamos con el sistema democrático español, por los que creemos en y acatamos las leyes y respetamos la legalidad pero incluso, por los que aún respetamos el juicio legal de los que más saben de Justicia, los magistrados del Tribunal Supremo. Fue la del Supremo la última voz en expresar su absoluto rechazo a la medida de gracia por múltiples motivos pero quizá, el de mayor perogrullo, porque sería perdonar a los que ni han pedido perdón, ni mostrado arrepentiiento por aquello por lo que se les ha perdonado y, es más, en su primer discurso nada más abandonar prisión han coreado que volverán a hacerlo y apuntado a sus próximas metas: amnistía e independencia.